Hechos 5:17–42
17 El jefe de los sacerdotes y todos los saduceos que lo acompañaban sintieron mucha envidia de los após- toles. 18 Por eso mandaron que los arrestaran y los pusieran en la cárcel de la ciudad. 19 Pero en la noche un ángel del Señor se les apareció, abrió las puertas de la cárcel, y los liberó. Luego les dijo: 20 «Vayan al templo y compartan con la gente el mensaje de salvación.» 21 Ya estaba por amanecer cuando los apóstoles llega- ron frente al templo y empezaron a hablarle a la gente. Mientras tanto, el jefe de los sacerdotes y sus ayu- dantes reunieron a toda la Junta Suprema y a los líderes del pueblo. Después mandaron traer a los apósto- les, 22 pero los guardias llegaron a la cárcel y no los encontraron. Así que regresaron y dijeron: 23 «La cárcel estaba bien cerrada, y los soldados vigilaban las entradas, pero cuando abrimos la celda no encontramos a nadie.» 24 Cuando el jefe de los guardias del templo y los sacerdotes principales oyeron eso, no sabían qué pensar, y ni siquiera podían imaginarse lo que había sucedido. 25 De pronto, llegó alguien y dijo: «¡Los hom- bres que ustedes encerraron en la cárcel están frente al templo, hablándole a la gente!» 26 Entonces el jefe de los guardias y sus ayudantes fueron y arrestaron de nuevo a los apóstoles; pero no los maltrataron, porque tenían miedo de que la gente se enojara y los apedreara. 27 Cuando llegaron ante la Junta Suprema, el jefe de los sacerdotes les dijo: 28 —Ya les habíamos advertido que no enseñaran más acerca de ese hombre Jesús, pero no nos obedecieron. A todos en Jerusalén les han hablado de Jesús, y hasta nos acusan a nosotros de haberlo matado. 29 Pedro y los demás apóstoles respondieron: —Nosotros primero obedecemos a Dios, y después a los humanos. 30 Ustedes mataron a Jesús en una cruz, pero el Dios a quien adoraron nuestros antepasados lo resucitó. 31 Dios ha hecho que Jesús se siente a la derecha de su trono, y lo ha nombrado Jefe y Salvador, para que el pueblo de Israel deje de pecar y Dios le perdone sus pecados. 32 Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo. Porque Dios da su Espíritu Santo a todos los que lo obe- decen. 33 La Junta Suprema los escuchó, y sus miembros se enojaron tanto que querían matarlos. 34 Pero un fariseo llamado Gamaliel ordenó que sacaran a los apóstoles por un momento. Gamaliel era maestro de la Ley, y los judíos lo respetaban mucho, 35 así que les dijo a sus compañeros: —Israelitas, piensen bien lo que van a hacer con estos hombres. 36 Recuerden que hace algún tiempo apareció un hombre llamado Teudas, quien se creía muy importante, y como cuatrocientos hombres creyeron en él. Luego alguien lo mató, y todos sus seguidores huyeron, y no se volvió a hablar de él. 37 Después apareció un tal Judas, de la región de Galilea, y muchos le hicieron caso. Eso fue en los días en que se estaba haciendo la lista de todos los habitantes de Israel. A ése también lo mataron, y sus seguidores huyeron. 38 »En este caso, yo les acon- sejo que dejen en libertad a estos hombres, y que no se preocupen. Si lo que están haciendo lo planearon ellos mismos, esto no durará mucho. 39 Pero si es un plan de Dios, nada ni nadie podrá detenerlos, y ustedes se encontrarán luchando contra Dios.» A todos les pareció bueno el consejo, 40 así que enseguida mandaron traer a los apóstoles, y ordenaron que los azotaran en la espalda con un látigo. Luego les prohibieron hablar de Jesús, y los dejaron en libertad. 41 Y los apóstoles salieron de allí muy contentos, porque Dios les había permitido sufrir por obedecer a Jesús. 42 Los seguidores de Jesús iban al templo todos los días, y también se reunían en las casas. Los apóstoles, por su parte, no dejaban de enseñar y de anunciar la buena noticia acerca de Jesús, el rey elegido por Dios.
Observa
El sumo sacerdote y sus adeptos se llenan de celos y encarcelan a los apóstoles. Sin embargo, un ángel abre las puertas de la cárcel y les indica que den testimonio de la salvación que recibie- ron. Los apóstoles enseñan en los atrios del tem- plo, proclamando a Jesús como el Mesías. Los guardias los llevan ante el Sanedrín y el sumo sa- cerdote los condena por predicar. Sin embargo, ellos responden con audacia: deben obedecer a Dios antes que a las personas. Las autoridades religiosas enfurecidas quieren matarlos, pero Gamaliel los convence de no hacerlo. Los azotan y les dicen que no hablen de Jesús. Se van felices porque fueron considerados dignos de sufrir por Cristo y continúan predicando el evangelio.
Reflexiona
Los apóstoles estuvieron dispuestos a arriesgar su vida y soportar el sufrimiento por el nombre de Jesús porque supieron cuánto Él los amó. No podemos evitar responder al amor cuando alguien nos ama de verdad. Viviremos gustosa- mente por Jesús vidas sacrificadas, alentender cuánto nos ama Aquel que sufrió y murió por nosotros.
Aplica
¿Ves el sufrimiento por Cristo como un privilegio o un problema? ¿Qué es lo que más temes cuando se trata de compartir el evangelio?
Ora
Padre, ayúdame a temerte a Ti y no a las personas. Permite que Tu amor por mí me impulse a vivir una vida digna del llamado que he recibido. En el nombre de Jesús, amén.